6.8.08

-¡Dejad las palabras al Rey!-


Ciertas veces, o la mayoría de las veces, grandes autores mutilan nuestro exiguo intelecto, haciendolo un poco menos precario. De esta forma esbozamos nuestros propios pensamientos, ya teñidos de uno o varios autores.

Sin embargo, podemos ir a la inversa: hay pensamientos originales, puros, que nacen y son, sin más, sin influencias (esto es una excepción a la regla anterior, ya que siempre estamos influenciados, por lo que sea, no solo autores).

Con todo lo anteriormente expuesto quiero decir, o mejor, mostrarles con el siguiente escrito: Hay reyes que merecen brillar y no ser cruelmente desfragmentados.

Hay pensamientos que no merecen ser adaptados; pues su autor dice lo que vivimos, sin olvidarse ni el más minimo detalle, sin ser ficticio.

La historia de este rey, no es tan feliz. Pues ocurre que el mensaje que porta en su "bóveda craneana", fue captado por la mayoría de sus súbditos, no de la manera que su Rey anheló. Y lo que es más, ¿son acaso sus súbditos los que él soñó?

En este caso, leamos y difrutemos obra y magnificencia del Rey:


¿CUÁNTO TE PAGAN POR IZAR LA BANDERA?

Somos el miedo de los gobiernos que mienten en nombre de la verdad. El miedo del poder militar, económico y jurídico que impide la comunicación humana de pueblo a pueblo. Somos el miedo de la soberanía de los piratas del mundo que mutilan el estado de ánimo e impiden las emociones reveladoras. Somos el miedo del poder de los déspotas que reside en mecanismos impersonales. El miedo de las estructuras burocráticas que desalientan las conductas exploratorias. El miedo de las grandes fortunas que se robaron de los derechos naturales. El miedo de los centros de poder que amenazan con la destrucción total. El de esos varones sensatos y "prácticos" que desean dejar su huella en la historia y creen solamente en lo que pueden forzar y controlar. Somos el miedo de quienes nos adiestran a ser corteses cuando alguna institución nos pisotea. El miedo de quienes temen a los cambios pues su status depende de la rutina y del tiempo de otras personas. El miedo de las tecnologías caprichosas que nos obligan a valorarlas adoptando siempre sus supuestos básicos. Somos el viejísimo miedo agazapado en todos los rincones del Imperio y estamos encantados... ¡encantados!


Carlos A. Solari.-

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